Ponemos la leche en un cazo a fuego medio, junto con la ramita de canela, la vainilla y las pieles de naranja y limón. Para que la piel de los cítricos no amargue, es muy importante que los lavemos bien y que no pongamos la parte blanca de la piel (yo el truco que uso es sacar la piel con un pelador, así me llevo solo la parte más superficial).
Infusionamos la leche durante por lo menos media hora, y hasta una hora si queréis que coja más sabor. Pasado este tiempo, subimos el fuego para hacerla hervir, y justo después la apartamos del fuego. Reservamos.
En un cuenco, batimos las yemas de huevo junto con la stevia, hasta que quede muy finito, sin ningún grumo.
Añadimos a las yemas la harina de maíz, tamizada y mezclando muy bien.
Volvemos a poner la leche a fuego medio, y añadimos en hilo y poco a poco la mezcla de yemas y harina, removiendo sin parar desde el principio, para evitar que espese demasiado rápido o que cuaje. Podéis utilizar una espátula de madera, van muy bien.
Cuando veamos que espesa un poco, apartamos el cazo del fuego y seguimos removiendo unos 10 minutos, para que se cocine con el calor residual. Si nos ha quedado algún grumito, colamos la crema para que el resultado tenga una textura impecable.
Servimos la crema en cuencos individuales y la dejamos enfriar en la nevera durante unas 4 horas. Aquí es muy típico servirla en barreños pequeños de barro :)
Para acabar, hacemos un almíbar con una cucharada de agua caliente, una punta de cucharada de stevia o sucralosa, y un pellizco de gelatina en polvo. Pintamos con el almíbar la crema ya fría, y decoramos con un poco de canela en polvo. ¡A comer!