Primero haremos la base de galleta. Para ello, trituramos todas las galletas hasta que quede un polvo fino. Yo lo hago metiéndolas en una bolsa de congelados y pasando el rodillo por encima.
En un bol, mezclamos el polvo de galleta con la mantequilla fundida, hasta que quede una pasta. Cogemos esta pasta y cubrimos el fondo del molde, aplastando con los dedos o una lengua de gato, para que quede liso. Reservamos en la nevera.
Ponemos la leche en un cazo a fuego medio. Agregamos las yemas, la stevia y el zumo de limón, y mezclamos bien. Cuando esté todo bien integrado, subimos un poquito el fuego, lo justo para que en unos minutitos llegue a ebullición. Justo cuando empiece a hervir, ponemos la gelatina y removemos bien para que se integre y disuelva. Bajamos el fuego y seguimos removiendo un par de minutos. Si quieres que queden bien amarillos, como los míos, añade unas gotitas de colorante amarillo (sino, quedarán de color crema). También puedes añadir un poco de ralladura de limón si quieres un sabor más intenso.
Vertemos la mezcla con cuidado sobre la base de galleta, que se habrá endurecido un pelín del frío (así no se desmontará al verter la mezcla de limón). Guardamos en la nevera durante unas 3 horas, para que se solidifique la gelatina.
Cortamos en cuadraditos (yo he hecho 6x4, generosos), decoramos con azúcar glass sin azúcar, ¡y listo!