Primero prepararemos la base. En un bol, machacamos las galletas con un mortero (puedes hacerlo también en la picadora), hasta que queden finitas, añadimos la mantequilla fundida (la puedes fundir en un vaso al microondas, en golpes de 30 segundos) y mezclamos hasta tener una pasta. Cubrimos la base del molde (yo uso uno de estos que se abren por el lateral) y unos dos dedos de las paredes con esta pasta.
En esta foto podéis ver el alto de la pared, con mi dedo en medio (la uña toca el fondo) ;) Dejamos enfriar en el frigorífico mientras preparamos las natillas.
En un bol, mezclamos la harina con un chorrito de leche, hasta que quede un líquido homogéneo.
Ponemos en un cazo a fuego medio las yemas de los huevos junto con la leche, la stevia, la ralladura de limón y la vainilla. Removemos sin parar, sin que llegue a hervir, para que vaya espesando poco a poco. Añadimos la mezcla de leche y maizena que teníamos en el bol, y seguimos removiendo hasta que espese y tenga una consistencia cremosa. Retiramos del fuego.
Preparamos la gelatina, hidratando las hojas de gelatina con un poco de agua caliente, removiendo hasta conseguir una pasta. Con un dedo de agua en un vaso, es suficiente. Si ves que la has derretido bien y te sobra agua, tira la que sobre.
Añadimos la gelatina a las natillas que habíamos preparado, y mezclamos bien. Sacamos el molde de la nevera y vertemos la mezcla encima de la base, con cuidado de que no sobrepase las paredes (en principio con estas medidas no debería, pero si te sobra ponlo en un recipiente a parte y tienes unas natillas individuales). Decoramos con una galleta y un poco de canela.
Dejamos enfriar en la nevera durante por lo menos 4h. Desmoldamos con cuidado, ¡y listo! Os dejo una foto de un corte, para que veais la textura cremosa que se consigue sin que se desmonte nada de nada la tarta (gracias a la gelatina).